- Marta Micolau
- Posts
- Libérate del miedo a equivocarte
Libérate del miedo a equivocarte
Aprende a tomar decisiones tomando decisiones
Los últimos 4 años de mi vida los he pasado de arriba para abajo.
Uno de los primeros viajes ‘largos’ que hice fue a Chile, hace unos 3 años.
Iba a estar fuera de casa dos meses, aunque al final resultaron ser 4 ya que después me fui a México y pasé otros dos meses por allí.
Aunque viajar siempre me ha gustado mucho, hay algo que siempre se me hace bola antes de salir:
Preparar maletas.
Era la primera vez que me iba ‘tanto tiempo’ y mi maleta estaba llena de ‘por si acasos’.
Llevé ropa de invierno pero también bañador, por si acaso. Ropa casual pero también elegante, por si acaso. Calzado cómodo pero también de fiesta, por si acaso. Pijama que abrigara pero también alguno fresquito, por acaso.
Resultado: Una maleta gigante para facturar (25kg), una maleta de mano al borde de la explosión (10kg) y una mochila cargada con mi portátil, cargadores, cámara, libros, neceser, plancha del pelo y otras cosas importantes (10kg).
Y un abrigo gigante.
No sé con cuántas contracturas terminé después de ese viaje.
Podrás imaginarte la logística que implicaba cada mínimo desplazamiento.
Mi idea era quedarme esos dos meses en casa de una amiga, así que pensé:
‘Bueno, me instalo con todas mis cosas y me olvido de tanta maleta hasta dentro de dos meses.’
Meeeeec, ¡ERROR!
Cuando llevaba unos 10 días en casa de mi amiga tuve que buscar un plan B.
La habitación en la que me quedaba era la de su hijo y no era sostenible esa situación durante dos meses.
Así que empaqueté de nuevo todas mis cosas y me fui a casa del amigo de otra amiga mía (al que no conocía de nada), que me prestó su sofá mientras buscaba otro lugar en el que quedarme.
Su piso tendría, como máximo, unos 40 metros cuadrados.
Y mis maletas ocupaban prácticamente la mitad :)
Hablé con otra amiga que vivía a unas 2 horas de Santiago de Chile y me invitó a quedarme en su casa durante unas semanas.
Allí que fui.
Con mi maletón, mi maletita, mi mochila y mi abrigo, me fui en metro hacia la estación principal de autobuses de Santiago y allí cogí el autobús hasta la casa de mi amiga.
Finalmente llegué y me instalé en su salón con todas mis pertenencias (hasta ese momento inútiles, por cierto).
Su piso era precioso. Las vistas al mar eran increíbles. Pero también era un espacio muy pequeño.
Ella vivía con su marido y yo dormía en el sofá-cama que tenían en el salón.
Podrás imaginarte que esa situación no era nada cómoda para nadie.
Así que un par de semanas después volví a ‘mudarme’.
Me fui a 4 o 5 horas hacia el sur de Chile.
Mis bultos y yo, cual caracol con su casa a cuestas, volvimos a coger un autobús hasta Santiago de Chile (2 horas de trayecto), para hacer transbordo a otro autobús con destino Talca (unas 4 horas más).
Allí estuve otras semanas más. Conviviendo con una familia preciosa y algunos amigos.
La logística fue graciosa. Vivíamos 8 personas en la misma casa.
La experiencia fue increíble. Nos divertimos, trabajamos y vivimos muchos momentos interesantes.
También pasamos un frío del copón, todo hay que decirlo.
Cuando llegaba el momento de irme de Chile, surgió la oportunidad de volar a México y estar otros dos meses allí.
Así que me puse a organizar mis cosas y me di cuenta de que no había utilizado prácticamente nada de lo que había metido en mis maletas por si acaso.
Había ropa y zapatos que ni siquiera había desempaquetado.
Sin embargo, allí estaban. Ocupando espacio y provocándome dolor de espalda.
Arrastré todas mis pertenencias hasta México. Saltando de autobuses a taxis, de taxis a trenes, de trenes a aviones…
En más de una ocasión tuve el impulso de abandonar mis maletas en cualquier esquina y largarme solo con mi teléfono y mi Pasaporte.
Dios mío, qué pesadilla.
Y ahí me di cuenta de la importancia de avanzar por la vida sin lastre.
Sin anclajes.
Desde entonces, aprendí la lección.
Todos y cada uno de los siguientes viajes a Brasil, Noruega, Chile y México de nuevo, Perú… los hice ligera de equipaje.
He aprendido a viajar con una sola mochila. Seleccionando lo estrictamente necesario y aprendiendo a adaptarme en el camino en función de lo que vaya necesitando.
Si necesito un bañador, unos zapatos o un pijama que no tengo, me adapto, lo compro o lo pido prestado.
Pero es imposible fluir cuando llevas encima una infinidad de por si acasos.
Además, tú puedes tener unos planes clarísimos, pero la vida te sorprende. Y la ligereza es una cualidad que facilita mucho los procesos de adaptación.
En la vida nos pasa igual.
Queremos movernos llevando con nosotros la solución a todos los posibles retos que se nos presenten.
Queremos todas las soluciones de antemano.
¿Qué haré si…? ¿Y si me equivoco…? ¿Y si no sale bien…? ¿Y si pasa esto o lo otro…?
Lógicamente, está bien tener un plan de contingencias para prevenir situaciones graves.
Eso es inteligente.
Pero pongámonos prácticos.
Muchas veces nos cuesta darnos cuenta de que somos adictos a esta indecisión.
Porque, aunque es incómodo, es más fácil mantenerse en la duda sin avanzar que dar un paso adelante y tener que gestionar las consecuencias.
Esa necesidad de certeza y claridad total sobre el camino, es lo que te mantiene anclado en la casilla de salida, cuando en realidad hay muy pocas cosas en la vida que no tengan solución.
Muy pocas.
Piénsalo.
Si tomas la decisión equivocada, ¿qué pasa? ¿Tan grave es? ¿De verdad?
Pretender tener todas las respuestas de antemano es sinónimo de cargar con 50kg de por si acasos por el mundo sin tener ni idea de si vas a necesitarlo en algún momento.
Ese ‘por si acaso’ termina convirtiéndose en el problema en sí.
Así que céntrate en lo estrictamente necesario.
Y, aunque tu cabeza vaya a proyectarte los mil y un escenarios catastróficos que pueden ocasionarse, encárgate de dirigir la atención hacia el presente.
Hacia lo que necesitas para avanzar de la casilla 0 a la 1.
Lo que necesites cuando te encuentres en la casilla 30, lo irás descubriendo en el camino.
Y, por último, haz las paces con el error.
Haz las paces con la posibilidad de equivocarte.
Nadie viene con un manual de instrucciones sobre cómo vivir la vida o tomar decisiones.
Aprender a lidiar con el error es la mejor práctica para aprender a tomar decisiones.
Si tuvieras que montar un mueble de IKEA sin su paso a paso, sería normal equivocarse, ¿no?
Funcionarías basándote en tu sentido común y en la prueba-error constante.
Pues esto es igual.
Con la diferencia de que un mueble puede estar bien construido o mal construido.
Tú no.
Equivocarse y cometer errores no te convierte en algo estropeado o mal hecho.
Al revés, te convierte en alguien que ha decidido experimentar cosas en su propia vida.
Y al final, si no es para eso ¿para qué queremos vivirla?
JOURNALING
La escritura terapéutica o también llamado Journaling ha sido y sigue siendo para mí el hábito de drenaje emocional más eficaz en mi día a día.
Por esa razón voy a compartir contigo semanalmente algunas ideas de preguntas y reflexiones que puedes hacer en tu ratito de conexión contigo.
Establece 15 minutos de reunión contigo. Ponte música relajante y escribe con la absoluta tranquilidad de que nadie más que tú va a leer esas palabras.

¿Qué decisiones no me estoy atreviendo a tomar por miedo a equivocarme?
Si me aseguraran que no voy a equivocarme, ¿qué decisiones tomaría?
¿Qué es lo peor que puede pasar si me equivoco?
Si pasa lo que temo que pase en un futuro, ¿qué podría hacer para gestionar la situación?
¿Qué es lo mejor que puede pasar si me lanzo?
AVISOS IMPORTANTES
Si te interesa iniciar un proceso de acompañamiento individual, contacta conmigo para recibir toda la información.
Como siempre, muchas gracias por estar aquí. Te escribo el próximo miércoles.
Y recuerda que…