Deja de postergar la felicidad

Ese día sonó el despertador a las 6.30 am.

Parecía un día cualquiera del mes de noviembre, pero no lo era.

Teníamos cita en la oficina de migraciones a primera hora de la mañana para terminar de tramitar mi permiso de residencia en Perú.

En cualquier otro momento, hubiera pospuesto la alarma unos minutos más. 

Era muy temprano y la gestión que teníamos pendiente era lo menos apetecible del mundo, pero ese día era diferente.

La tarde anterior había ido a escondidas a comprar un test de embarazo.

Aproveché que Mihail había ido a jugar un partido de fútbol para escaparme a la farmacia.

Al llegar a casa, leí atentamente las instrucciones y decía que lo más fiable era realizar el test a primera hora de la mañana.

Así que ahí estaba yo, saltando de la cama a las 6am sin ninún tipo de esfuerzo, encerrándome en el baño para hacerme el test en secreto y esperando que Mihail no se levantara antes de tener el resultado para poder darle la sorpresa.

A principios del año pasado nos planteamos seriamente la idea de tener un hijo.

Por varias razones, decidimos que empezaríamos a intentarlo a partir de Septiembre.

Desde el momento en que tomamos esa decisión, mi imaginación comenzó a volar.

Empecé a imaginarme lo bonita que sería la vida con un bebé, me imaginaba lo feliz que sería estando ya embarazada y sintiendo al bebé dentro de mí.

Sin prácticamente darnos cuenta, el tiempo había pasado y… 

¡Sorpresa!

Positivo.

Fuimos las únicas personas felices de la oficina de migraciones :)

Pocos días después, esa ilusión tuvo que compartir espacio con las benditas náuseas.

En ese momento tenía varias sesiones individuales al día y, más de una vez, había tenido que respirar profundo para no escaparme corriendo al baño a media sesión.

No había nada que calmara esa sensación tan horrible, así que me mentalicé en que empezaría a ‘disfrutar’ del embarazo después del primer trimestre.

A finales de diciembre viajamos a España para pasar las Navidades con mi familia. 

Llevaba semanas visualizando el momento en que les compartiríamos la noticia.

Había visto mil formas súper emotivas de hacerlo, pero la realidad es que me sentía tan mareada que lo dije como quien informa de que se ha cambiado de trabajo.

Además, en ese momento comenzamos a plantearnos dónde íbamos a vivir. 

Necesitábamos un espacio más cómodo y más grande, así que comenzamos a buscar opciones para mudarnos.

Entre las náuseas, el malestar y los precios de los alquileres, esas Navidades las viví con un agobio importante (todo lo contrario a lo que esperaba).

Así que empecé a pensar que cuando se me fueran las náuseas y cuando tuvieramos resuelto el tema de la casa podría empezar a disfrutar plenamemente.

Nuestra idea era volver a Perú durante unos meses hasta que se aproximara la fecha del parto, pero yo preferí quedarme más tiempo en España para poder hacerme aquí los controles médicos.

Mihail y yo estuvimos varias semanas separados, así que empecé a pensar que cuando se me fueran las náuseas, tuvieramos resuelto el tema de la casa y cuando volviéramos a estar juntos podría, definitivamente, relajarme y disfrutar.

Pero, finalmente, decidimos hacer reformas en nuestra casa de España para ampliarla.

Y las palabras ‘REFORMA’ y ‘RELAJARSE’ no tienen cabida dentro de una misma frase.

Yo ya me sentía bastante cansada, seguía con náuseas, separada de Mihail y conviviendo con el estrés de una reforma, así que a mi lista de ‘cosas a resolver para disfurtar del presente’ se sumó el terminar la reforma.

Por fin Mihail volvió a España.

Eso mejoró mucho la situación, pero en una ecografía rutinaria vieron que mi hija estaba colocada al revés y eso podía implicar tener que hacer una cesárea (cosa que no estaba en mis planes).

Me recomendaron hacerme una maniobra para tratar de darle la vuelta, así que empecé a pensar que cuando le dieran la vuelta a la bebé podría relajarme y, ahora sí, disfrutar plenamente.

Pero la maniobra no funcionó. Y me programaron la cesárea para la semana siguiente.

En ese momento la reforma ya estaba prácticamente terminada, pero mi atención se fue a esa intervención para la que no me había preparado mentalmente.

Pensaba: bueno, cuando termine la cesárea habrá pasado lo peor y ya lo veré todo diferente.

Pero la cesárea pasó y se llevó mi atención la lactancia materna. 

Después de unos 2-3 días muy duros, la lactancia comenzó a instaurarse y mi preocupación era el momento de ir al baño… (porque, tras una cesárea, hazme caso que ese tema preocupa bastante 😅 )

Me decía: cuando haya podido ir al baño habrá pasado lo peor y todo será mejor desde entonces.

Finalmente, lo logré.

Y ahí me di cuenta de que mi hija solo se quedaba dormida en mis brazos, cosa que implica tenerla en brazos a todas horas (día y noche).

Y comencé a pensar: bueno, en unas semanas, cuando pueda dormir en la cuna unas horas, podré disfrutar más del día a día.

Y así hemos llegado al día de hoy, en en que escribo este correo teniendo a la niña encima como una lapa, olvidando muchas veces que este momento no va a volver jamás.

Jamás volverá ese día en que me hice el test de embarazo, ni esos días en que vomitaba entre sesión y sesión.

Jamás volveré a vivir esas Navidades en las que compartí que iba a ser madre, ni el momento en que reformamos la casa en la que veríamos crecer a nuestra bebé. 

Y esos días, a pesar de tener cosas por las que preocuparme o estresarme, también contenían muchísimas cosas buenas: el amor y cuidado de mi pareja, conversaciones interminables con él, reuniones con amigos, visitas a Ikea con mi madre, compras de ropa de bebé con mi hermana, sesiones de coaching súper interesantes con mis clientes, mis ratitos de deporte diarios, etc.

Tener un bebé y ver que crece cada día te hace ser un poco más consciente de la velocidad en la que pasa el tiempo. 

Pero no hace falta estar embarazada para darse cuenta de que solemos postponer el disfrute del momento presente porque en la vida siempre hay algo nuevo que resolver, alguna situación inesperada que se roba tu atención sin que ni siquiera te des cuenta.

Me encantaría que me respondieras a este correo haciendo una especie de análisis de los últimos meses, y compartas conmigo (pero sobre todo contigo) qué cosas han ido sucediendo en tu vida (más o menos graves) que te han hecho postponer tu felicidad o tu disfrute del presente sin que hayas sido consciente de que lo estabas haciendo.

De esta forma te darás cuenta de que jamás van a dejar de pasarnos cosas que nos perturben de alguna manera.

Algunas serán más serias como una enfermedad o lesión, una crisis económica, una ruptura… pero la mayoría de cosas serán más irrelevantes como una sanción de tráfico, una rueda pinchada, una avería en casa o un poco de estrés en el trabajo.

Es imposible esperar que en la vida dejen de pasarnos cosas que no nos gusten tanto, pero sí podemos decidir sobrellevar las situaciones desde una perspectiva más serena, sin esperar que todos los días sean de color rosa, pero tampoco tiñéndolos de negro azavache cuando simplemente se trataba de un día un poco gris.

Y esto es importante porque cada día que pasa, no vuelve. 

Y en unos años te arrepentirás de que ese conflicto tonto en el trabajo te impidiera disfrutar plenamente de un paseo tranquilo con tu familia o de un rato divertido con tus amigos.

Espero tu correo de vuelta y espero también que hoy te tomes unos minutos para ser consciente de todo lo que SÍ está bien en tu vida (que seguro que son muchas más cosas de las que piensas).

Por cierto, estoy subiendo vídeos a Youtube compartiendo varias reflexiones. Te dejo por aquí el link por si quieres echarle un vistazo. (No olvides suscribirte) 😃 

Te envío un abrazo gigante.

Hasta el próximo correo!!