- Marta Micolau
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Todo pasa
Incluso lo que parece insuperable
Tenía unos 12 años cuando hicimos un viaje familiar a Túnez.
Fuimos a pasar una semana a un hotel súper bonito.
Recuerdo el jardín perfectamente. Tenía una zona de césped gigante con una gran piscina en medio y un caminito que conectaba directamente con una pequeña playa privada.
Nada más llegar, dejamos nuestras cosas en la habitación, nos colocamos los bañadores y fuimos directos a estrenar la piscina.
Hacía un calor súper intenso, así que estiré mi toalla y me fui al agua sin saber que estaba a punto de encontrarme con la primera sorpresa del viaje.
Ya estaba saltando a la piscina cuando, de repente, sentí un pinchazo horrible en el pie.
Salí del agua de un salto y vi que justo en el borde había una abispa a la que acababa de pisar sin querer.
Recuerdo como si fuera ayer el dolor que sentí cuando el soccorrista me tuvo que extraer el aguijón que se había quedado clavado entre dos de mis dedos del pie.
Empezamos bien el viaje.
Esa misma noche nos acostamos muy pronto porque al día siguiente teníamos un planazo a primera hora:
nos recogían para ir, ni más ni menos, que a un oasis en medio del desierto.
Pero esa noche no dormí prácticamente nada.
¿Por la emoción?
Pues no.
Por el picor horrible que sentía en el pie.
Sonó el despertador prontísimo y nos pusimos manos a la obra.
El código de vestimenta parecía simple: ‘ropa cómoda y calzado cómodo’.
Sin embargo, con una picadura de abispa entre mis dedos, me era imposible meter ese pie de elefante en una zapatilla de adolescente.
Mi única opción eran mis chanclas de piscina pero resulta que la abeja me había picado justo entre el dedo gordo y el de al lado, y mis chanclas eran las típicas que se sujetan entre esos dos dedos.
¿Solución?
En el pie izquierdo una zapatilla y en el derecho una chancla de piscina mal puesta, sujetada entre los siguientes dos dedos.
Un cuadro, vaya.
Entre lo zombie que estaba por no dormir y mis pintas, cualquiera pensaría que me acababa de escapar de un after.
Después de varias horas de camino llegamos al oasis.
Estábamos en medio de la nada, en un lugar muy bonito perdido entre dunas, lleno de palmeras y con una especie de laguna en medio.
Había algunas personas bañándose y, aunque el agua era completamente marrón y cero apetecible, ¡una no tiene la oportunidad de bañarse en un oasis todos los días!
Así que… nos metimos sin pensarlo dos veces.
No fue hasta que ya estábamos todos dentro, nadando como sirenas, cuando alguien nos confesó que había serpientes dentro de esas aguas :D
Bueno… Salí del agua como si no hubiera un mañana y allí mismo me prometí no volver a meterme en aguas turbias (cosa que incumplí en México pero bueno, esa es otra historia).
Al día siguiente volvimos a nuestro hotel y, dando un paseo por allí, descubrimos que justo delante de la entrada había un locutorio.
Mi hermana y otra de las ‘niñas’ con las que viajamos tenían noviete y cada tarde íbamos un rato a ese locutorio para que ellas les llamaran por teléfono.
(No puedo evitar reírme al recordarlo).
Dentro del locutorio había una especie de cabinas pequeñas en las que te metías para tener privacidad al llamar.
La puerta de estas cabinas tenía una ventanita alargada de cristal (tipo ascensor) y yo, que esperaba fuera mientras hablaban, podía ver a mi hermana desde ahí.
En un momento dado, miré por la ventanita y no vi a mi hermana. Había desaparecido.
Me asusté bastante hasta que miré hacia abajo y la vi sentada en el suelo hecha una bolita.
Pensé:
Mira, qué cómoda está. Ya se siente como en casa.
De repente, otra de las chicas sale disparada de su cabina gritando:
-¡me cago encimaaaaa!
Y se va disparada del locutorio.
Pocos minutos después, mi hermana sale de la cabina, pálida, necesitando también un baño con urgencia.
Resulta que habían tomado agua que no estaba embotellada y les revolvió el estómago por completo. Así que íbamos literalmente corriendo como pollo sin cabeza en busca de un baño de urgencia para evitar un accidente asqueroso.
A día de hoy todavía me río recordando esta situación.
Días después fuimos a un zoco, el típico mercadillo árabe lleno de tienditas.
Al principio íbamos todos juntos, con nuestros padres, porque nos habían avisado de que podía ser peligroso.
El problema era que mientras uno se entretenía queriendo comprar algo, el otro quería ir viendo la tienda de al lado.
Así que, pocos minutos después ya estábamos todos desperdigados.
Todo parecía estar bajo control pero en un par de ocasiones les perdí a todos de vista y no negaré que sufrí un par de microinfartos al pensar que ya me había perdido para siempre.
Finalmente, el viaje terminó y volvimos a casa sanos y salvos.
Mi pie se curó, las chicas pusieron en órden sus estómagos, las serpientes del oasis se quedaron en una anécdota y nos fuimos felices con nuestras compritas del zoco.
El viaje duró 10 días, pero son solo estos cuatro momentos los que recuerdo con claridad.
Lo curioso es que, si te fijas, todas estas anécdotas tienen algo en común:
dolor o miedo.
El dolor que sentí cuando me picó la abispa, el miedo a que me pudiera morder una serpiente, el dolor de barriga horrible que tenían las chicas o el miedo de perderme en el zoco entre tanta gente.
En esos momentos, no tenía ni idea de que en un futuro los recordaría con cariño y, mucho menos, que me harían reír.
Entonces, ¿qué es lo que convierte un momento doloroso en un recuerdo entrañable?
La perspectiva que se adquiere con el tiempo.
La distancia emocional que se va estableciendo con el tiempo respecto a un acontecimiento doloroso es lo que nos permite observarlo desde otro punto de vista en el futuro,
(aunque en el momento en que se vive, parece imposible que vaya a ser así).
A medida que pasa el tiempo, las emociones intensas tienden a calmarse y esto permite evaluar las situaciones con mayor objetividad.
Cuando mi hermana y yo éramos pequeñas (yo tendría unos 6 años) mis padres nos llevaron de viaje a Asturias, al norte de España.
El lugar es precioso y se come genial pero, ¿sabes qué es lo único que recuerdo de aquel viaje?
Me habían cortado el pelo tan, taaan corto (sigo sin saber por qué), que la camarera del restaurante me miró y me preguntó:
-¿Quiere más pan el niño?
Bueno, pues… Drama activado.
Estube horas llorando porque mis sospechas (negadas por mi madre) se confirmaron: parecía un niño.
A día de hoy, mis padres y mi hermana me siguen recordando esa pregunta de vez en cuando para reírse un rato.
¿Qué te quiero decir con esto?
Que las situaciones dolorosas que estás viviendo a día de hoy, con el tiempo las recordarás con mucha ternura y cariño.
Si no me crees, piensa en situaciones que hace unos años te parecían un drama insuperable y a día de hoy te sacan una sonrisa.
Ser consciente de esto te permite comprender una de las lecciones que a mí más me han ayudado a sobrellevar momentos delicados y es que…
Todo es temporal.
TODO PASA.
Y algo que hoy te parece insoportable, el día de mañana lo verás con otra perspectiva completamente distinta.
¿Sabes por qué?
Porque consideramos grandes problemas todas aquellas cosas que HOY no somos capaces de gestionar con facilidad.
Hace unos años para ti era misión imposible caminar sin caerte. O leer y escribir. Asignaturas de la escuela que un año te parecían imposibles, eran facilísimas al año siguiente. Tal vez fue un reto tu primera entrevista de trabajo o la primera vez que te pusiste al volante de un coche.
Sin embargo, a día de hoy caminas y conduces sin pensar y lees sin ni siquiera recordar que hubo un día en que no sabías hacerlo.
A día de hoy minimizas estos retos porque ya no lo son para ti.
Has aprendido a manejarlos. ¡Buen trabajo!
Pero recuerda que en el momento en que los estabas atravesando te parecían casi imposibles, igual que hoy te lo está pareciendo el reto que estás afrontando en este momento.
La mala noticia es que la vida va a estar llena de nuevas situaciones a resolver, y pretender que no sea así es una pelea de la que siempre vas a salir perdiendo.
Además, estarías negándote una gran oportunidad de crecimiento.
La buena noticia es que si hoy tienes uno o varios retos sobre la mesa que te resulta complicado resolver significa, ni más ni menos, que estás vivo.
Así que… felicidades.
Eso es una gran suerte.
TIEMPO PARA TI
Establece 15 minutos de reunión contigo. Ponte música relajante y escribe con la absoluta tranquilidad de que nadie más que tú va a leer esas palabras.
¿Qué situaciones te parecían insuperables en un pasado y ahora ni siquiera piensas en ellas?
¿Con qué actitud puedes comenzar a afrontar tus retos actuales para vivirlos de una forma más agradable?
¿Qué te diría tu ‘yo del futuro’ que ya ha superado esta situación que estás atravesando ahora?
¿Qué necesitas aprender para resolver tus retos actuales?
¿En qué version de ti te tienes que convertir para que tu problema actual deje de serlo?
AVISOS IMPORTANTES
Si te interesa iniciar un proceso de acompañamiento individual, contacta conmigo para recibir toda la información.
Como siempre, muchas gracias por estar aquí. Te escribo el próximo miércoles.
Y recuerda que…